[COLUMNA] Tabla esmeralda | El divorcio entre la universidad y la realidad, y el diablo metiendo la cola., por Guillermo Morales

[Tabla esmeralda]

El divorcio entre la universidad y la realidad, y el diablo metiendo la cola. 

Por Guillermo 'Chemo' Morales

Nuestro país va a cumplir 200 años de independencia, pero aún arrastra cadenas que lo atan a yugos tan o más dañinos como los de ser dominados por otro país. Y uno de los peores yugos el ser esclavos de la ignorancia: el hecho de que el peor gobierno que tuvimos fuese premiado con un segundo período, o el que la hija del gobernante que más le birló al país haya estado dos veces a punto de ser presidenta, son la muestra más clara. Pero el hecho de que la ignorancia y el desconocimiento pululan en el país, y en especial en la juventud, podría sonar raro para alguien que ve que las estadísticas educativas peruanas: según datos del 2016, prácticamente 4 millones de jóvenes peruanos cursaban ese año estudios universitarios, lo cual representa un importante 37% de la población entre 18 y 24 años. Con cifras tan altas en educación, cualquiera podría esperar que el país esté a la vanguardia en ciencia, tecnología y aportes a la humanidad en todas las disciplinas. 

Pero, ¿es verdad esta suposición? La realidad actual nos dice que no. Y la respuesta es sencilla: una cosa es cantidad, y otra calidad. Los estudiantes universitarios que años después tendrán su título suman millones, pero la influencia directa de los mismos en el desarrollo del país es muy dudosa. Y quienes tienen la responsabilidad, no son únicamente ellos, sino las autoridades que dictan la legislación vigente y las instituciones encargadas de dictar esa educación. Somos un país atávico que vive de tradiciones decimonónicas. 

Un país en el que muchos creen que tener un “cartón” universitario es sinónimo de éxito, si saber que ese cartón lo venden en el Jr. Azángaro por pocos soles. Somos un país en el que la educación se convirtió en un negocio, y no un negocio cualquiera, sino un negocio asqueroso y vil. Un negocio que trafica con la vida de las personas, que no solo es un engañamuchachos sino un engañapadres, apoyado –una vez más- por leyes condescendientes hechas con nombre propio que favorecen a los intereses de las empresas dedicadas a la educación. Porque no son instituciones, si no son simplemente comercios propios de mercaderes que en una chiripiolca de sinceridad dejaron de llamar “alumno” al alumno para llamarlo “cliente”. 

En este país atávico en el que las universidades están llenas de personas, la mayoría zombies con celular y unos cuantos, sí, que realmente siguen su vocación, existe también una estafa mayor llamada postgrado. Es una moda recurrente, ahora obligatoria para cualquier trabajo, el tener estudios de maestría o doctorado. (A excepción de ser congresista de algunos partidos políticos, que con solo saber firmar les basta. Recordemos a los congresistas que falsifican sus títulos de primaria y a otras que se inventan compañeros fantasma). El postgrado y doctorado son ahora más que nunca parte de un gran negocio. La calidad es lo que menos importa, solo la cantidad. Y obvio, todo cuesta. Una universidad relativamente joven –y permanentemente cuestionada por su dudosa calidad- en el año 2010 ostentaba 8647 alumnos de postgrado frente a los 4700 que tenía una universidad de larga trayectoria como la Universidad Católica de Lima. 

Y estas diferencias solo han aumentado, y muchas veces esos PhD - que en muchos casos en realidad son solo PH-, también se compran y venden a todo precio; tanto la tesis plagiada del alumno más anodino como la del candidato presidencial con plata como cancha constituyen notables ejemplos. Los trabajos convertidos en libros, que roban ideas de tesis universitarias copiando capítulos enteros, como hizo hace poco el infame juez Hinostroza Pariachi, -que tiene un comportamiento realmente delincuencial para el cargo que tiene, dicho sea de paso-, es otro ejemplo. Y muchos doctorados Honoris Causa nuevamente no son otra cosa que un cambalache de favores, hechos maquiavélicamente para obtener altísimos puntajes en sus fraudulentos concursos públicos, como los de los jueces mafiosos que nombran a fiscales y jueces supremos. 

Las universidades que los dan en estas condiciones son también parte de una mafia corrupta, ligada –para variar- a los partidos políticos más corruptos que la historia del Perú posee. Esta situación es insostenible. El peor peligro del Perú es la corrupción, representada con estos personajes ciudadanos deshonestos que tienen que ver directamente con la educación, y que lucran con ella de una u otra forma. Desde que tenemos un congreso tomado prácticamente por asalto por un grupo de personas que lo que menos desea es la mejora educativa del país, ya estamos en problemas. 

El hecho de que congresistas semianalfabetos se den el lujo por venganza de humillar y desaforar a quien talvez ha sido el ministro de educación más capaz y con mejor visión de la problemática educativa del país, como fue Jaime Saavedra, dice mucho no solo de sus intenciones sino de su calaña. Y el hecho que nombren al congresista que no tiene estudios primarios completos como miembro de la Comisión de Ciencia y Tecnología del congreso, no es más que una burla a todos los peruanos. A este congreso que se dedica a protegerse entre ellos y a sus compinches del poder judicial de malversaciones, tráfico de influencias y delitos de toda laya, le hacemos un poco la tarea y le dejamos una idea a ver si en algo limpia su vergonzosa imagen, que según algunos sondeos tiene un escandaloso 97% de desaprobación, y al menos dictan una ley positiva para el desarrollo del país. Esta idea de ley –al igual que todo el texto anterior- se origina en una fotografía, encontrada en más de un medio digital hace un par de días. Una foto infausta, en la que se ve en el campus de una universidad –ya no importa cual, a estas alturas, es a la vez una y todas las universidades del país- cientos de tesis universitarias tiradas en el piso, amontonadas y polvorientas, prácticamente esperando el camión de la basura. 

Pues bien, la idea es esta: en lugar de tirar a la basura tanto tiempo, esfuerzo y gasto, las universidades deberían estar obligadas por ley a coordinar a que las tesis de sus alumnos sean útiles a la sociedad, sean proyectos arquitectónicos, investigaciones médicas o experimentos agrícolas, mediante coordinaciones y compromisos reales de implementación y uso práctico de estos trabajos. De este modo, los estudiantes serían desde los claustros universitarios útiles en la práctica a la sociedad, conocerían lo bueno y malo de la realidad y de las instituciones, y tendrían a su vez, su primer trabajo: el supervisar la implementación de su proyecto de tesis. Esto serviría para que estas tesis no paren en la basura y sean proyectos vivos. Ya bastante cementerios parecen las universidades con tanta lápida con los nombres de sus promociones, como para que asesinen tanto esfuerzo de sus universitarios del modo más ruin. De este modo, habría una justa convivencia entre universidad. Adivinen quién es el diablo.




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Del autor | Guillermo 'Chemo' Morales García es arquitecto, escritor, músico y loco. Ha escrito diversos artículos periodísticos de análisis y crítica sobre Arquitectura, Semiótica, Imagen urbana y Patrimonio histórico. Ha realizado también guiones cinematográficos de ficción y documental, y ha participado en exposiciones artísticas sobre temática urbana.

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